Recuerdos de la infancia
Las Madreñas (Fecha texto: 2012).
Las madreñas es un calzado realizado en madera que cuenta con tres puntos de apoyo en los que se coloca un taco de caucho o goma para evitar el desgaste de la madera al caminar. Este “segundo” calzado permite introducir en él las zapatillas o zapatos que se llevan puestos para alejarlos del barro de las calles y mantener más calientes los pies.
Uno de los recuerdos de mi infancia es el relacionado con la ausencia de asfalto en las calles. En pleno invierno, recuerdo que todo el mundo utilizaba las casi extinguidas “Madreñas”, las cuales alejaban del barro existente en las calles a las zapatillas y zapatos de la gente.
Recuerdo las filas de madreñas que se formaban los domingos en los soportales de la iglesia. Pares de distintos números de pie y adornos se iban colocando en fila unos junto a los otros formando hileras de madreñas.
La gente se quitaba las madreñas y entraba a la iglesia con las zapatillas o zapatos exentos de barro, no sin antes echar un último vistazo para recordar el lugar en el que las habían dejado aparcadas.
Una vez que el párroco daba la bendición y finalizada el acto sacramental, todo el mundo salía de la iglesia por estricto orden; primero los hombres, luego los niños, las niñas y por último las mujeres. No era una norma escrita, pero recuerdo que siempre se repetía.
A medida que la gente iba saliendo se dirigía a la plaza del aparcamiento de madreñas donde las había dejado, cogía sus madreñas y se marchaba hacia el bar o para casa. Esto que a priori parece fácil, se podía tornar en complicado si los simpáticos chicos nos habíamos propuesto recolocar adecuadamente la posición de las distintas madreñas, modificando aleatoriamente la posición de cada una de ellas. Claro, lógicamente y en respuesta a las preguntas de los mayores ninguno habíamos hecho nada de eso, se habían recolocado ellas solas.
Este misterioso hecho se solía producir también en el pasillo de la entrada del bar, donde se dejaban también aparcadas las madreñas.
Lo cierto es que las madreñas se utilizaban constantemente cuando las calles no estaban asfaltadas y se producía barro debido a las lluvias o nevadas del invierno. Eran muy útiles para desplazarse por las calles y evitar que el calzado se llenara de barro.
Sería una buena idea en las fiestas de los pueblos tener un recuerdo a este calzado, realizando carreras con madreñas.
Las bodegas (Fecha texto: 2012).
En los cuatro pueblos de los Barrios existen bodegas, donde antiguamente se elaboraba vino procedente de los viñedos que las gentes tenían distribuidos por el campo. Hoy en día pocos siguen elaborando vino como antaño, aunque se siguen manteniendo las bodegas.
Recuerdo de mi época de adolescente algunas tardes de los domingos que pasábamos jugando por las bodegas, explorando las abandonadas y buscando en ellas “tesoros”.
Los chicos también teníamos bodega propia, pues de entre las abandonadas habíamos elegido una para nuestro uso y disfrute. La habíamos acondicionado lo mejor que habíamos podido, poniendo una puerta si no la tenía y cerrándola con un candado. Habíamos fabricado una mesa, unos bancos, unos candiles que nos proporcionaran luz gracias al gasóleo que quemábamos, y por supuesto una hoguera que nos permitiera cocinar un chocolate, un pollo, un conejo, unas castañas, etc , etc.
Cierto es que cuando salíamos de la bodega nuestra ropa olía completamente a humo procedente de los candiles y la hoguera, pero eso no nos importaba demasiado.
No sé qué tenían las meriendas que preparábamos en la bodega, pero recuerdo que estaban buenísimas.
Mientras se preparaba la merienda cuyos ingredientes anteriormente habíamos comprado a escote, solíamos jugar a las cartas, concretamente a “Los Montones”, “La Peregila” y “El Cinquillo”, por supuesto con dinero.
A “Los Montones” apostábamos cada jugador por uno de los montones con las ya extintas pesetas (máximo 5 pesetas), y el que llevaba la banca se encargaba de cobrar y pagar al que sacara una carta menor o mayor que la tenía su montón. A “La Peregila” y “Al Cinquillo” se pagaba una peseta por cada vez que se pasaba, y el que ganaba se llevaba todas las pesetas de los que habían pasado. Alguno salía desplumado, pero eso sí, contento y con la merienda en el estómago.
Recuerdo levemente más historias que iré contando a medida que se me vaya refrescando un poco la memoria, y que espero ayude a los más jóvenes a tener una idea de cómo nos divertíamos por estos pueblos cuando no existian las Nintendo, Playstation, Ordenadores y tablets.
En torno a las bodegas se han vivido muchísimas historias que desde aquí animo a que contéis para que todos podamos tener una idea de cómo se vivía antaño, de cómo la gente acudía casi a diario a las bodegas, disfrutando de ellas, del buen vino, de la buena comida y de la compañía de los amigos.
Fiestas de Nava de los Oteros (Fecha texto: Agosto de 2014).
Coincidiendo con la fecha de celebración de la fiesta de Nava de los Oteros en honor a su patrón San Bartolo (24 de Agosto), y teniendo en cuenta estos días que corren en los que dichas fiestas han desaparecido excepto para los cuatro vecinos que aún quedan en el pueblo, quisiera recordar aprovechando este medio y para conocimiento de los más jóvenes, como eran estas fiestas hace aproximadamente 60 años.
Imaginemos un 24 de Agosto de hace unos 60 años como ya he indicado. Muy temprano, al amanecer, por la carretera que une Palanquinos con Corbillos, y en dirección a Nava de los oteros, circula un carro tirado por una mula en el que viajan uno de los mozos del pueblo de Nava, los componentes de la orquesta para amenizar las fiestas, así como todos los instrumentos y ropas necesarias. El mencionado mozo había recogido minutos antes en la estación de tren de Palanquinos a la orquesta, la cual había sido contratada con suficiente antelación por los mozos del pueblo. Si, por los mozos del pueblo, pues antiguamente, por lo menos en Nava de los Oteros, la orquesta y el resto de los gastos de la fiesta (que no eran muchos más) eran soportados por los mozos del pueblo.
Cuando por fin estos llegaban a Nava, comenzaban con los preparativos para las fiestas, las cuales se iniciaban con la tradicional misa solemne en honor del patrón del pueblo, San Bartolo, y su correspondiente procesión por las calles del pueblo con el santo a hombros de los mozos. Durante la procesión, varios mozos se encargaban del volteo de campanas en la torre de la iglesia. El volteo de campanas que había comenzado en la noche de la víspera del primer día de fiesta, se podía repetir además de en la procesión, en cualquier momento de la duración de los dos días de fiesta, y de esta labor se encargaban los mozos más activos y juerguistas.
Como nota informativa y antes de continuar con el relato, quisiera indicar que las fiestas de Nava de los Oteros eran muy populares y conocidas en toda la zona, así como una de las más concurridas, pues los trabajos de la siega, trilla y recogida del cereal prácticamente habían finalizado, lo que permitía que mucha más gente pudiera asistir a la celebración. Las fiestas de Nava de los Oteros duraban dos días, y en ellas, haciendo memoria de la gente que se podía reunir en cada casa en estos días (vecinos e invitados), y teniendo en cuenta las personas que podían acercarse a las fiestas procedentes de los pueblos de alrededor, se puede decir que el número de asistentes podía ser mayor de 500 personas.
Después de la misa, era costumbre que los mozos del pueblo, acompañados por la orquesta y por el cura, se trasladaran hasta la casa del alcalde del pueblo, donde éste les recibía invitándoles a unas pastas caseras y aguardiente arreglado (rebajado con agua, azúcar y azafrán) y también sin arreglar, cuyo contenido en alcohol es mucho mayor. Durante esta visita al alcalde, este contribuía económicamente a la celebración de las fiestas con una ayuda a cargo de las arcas del pueblo. En ocasiones, el cura también contribuía con una ayuda económica.
Al salir de misa también se podía disfrutar de los puestos de venta de sandias y melones que se habían instalado en la calle, así como también de los que vendían cerveza con y sin gaseosa y frutos secos como avellanas y cacahuetes. Los mozos y mozas solían ponerse a la sombra de los árboles de las huertas cercanas, donde degustaban los jarros llenos de cerveza con gaseosa y las sandias o melones que habían comprado.
Hay que señalar, que por aquel entonces no había cámaras frigoríficas para hacer o mantener el hielo necesario para el enfriamiento de las bebidas, por lo que el puesto de venta tenía que traer consigo el hielo desde el lugar de producción hasta el lugar de consumo. Para mantener el hielo, este se transportaba en bloques metidos en sacas llenas de paja. Los bloques de hielo se iban metiendo en baldes donde se introducían las bebidas para su enfriamiento. A medida que estos se iban derritiendo se introducían más bloques de hielo en el balde.
Otra de las actividades que se realizaban después de misa era la de pasear por los viñedos cercanos donde las uvas ya comenzaban a madurar, algunas incluso, dependiendo de la variedad y de cómo se había presentado la temporada ya podían comerse.
Otros optaban por acercarse a las bodegas del pueblo, donde degustaban los caldos de la tierra acompañados con unos pinchos o unas aceitunas.
Todas las actividades señaladas finalizaban a la hora de la comida, cuando los vecinos y, sus invitados se reunían en sus casas para celebrar en familia y con una buena comida la fiesta del pueblo.
La comida en estos días de fiesta consistía normalmente en un sabroso y abundante cocido, pollo de corral (todos eran de corral), conejo, cordero, o paella, y a continuación los postres a base de fruta y pastas caseras, las cuales se hacían de forma manual unos días antes de la fiesta en el horno que solía haber en cada casa.
También, uno o dos días antes, uno de los carniceros de los alrededores hacía acto de presencia en el pueblo, para allí mismo en la casa de uno de los vecinos, matar una vaca que había comprado en el mismo pueblo, o que llevaba hasta Nava para la ocasión. En la misma casa la despiezaba y la vendía a los vecinos para ser consumida en los días de fiesta.
Después de la comida, la cual podía finalizar alrededor de las 5 de la tarde en muchos casos, comenzaban a celebrarse las tradicionales partidas de cartas (Tute, brisca, etc), reuniéndose componentes de varias familias e invitados en algunas casas donde se concentraban los juegos de cartas. Las partidas se sucedían unas tras otras, y solían prolongarse hasta la hora de la cena, momento en el que se paraba para cenar. En muchos casos estas partidas continuaban después de la cena. En algún caso, tal era la afición, que las partidas de cartas se iban sucediendo hasta altas horas de la madrugada. Lógicamente quien estaba a una cosa no estaba a la otra, es decir, quien estaba jugando a las cartas, se perdía el baile.
Hablando del baile, este comenzaba alrededor de las 9 de la tarde-noche, ¿¡¡para que si no se había contratado a la orquesta!!?. Se solía ubicar en el valle, más concretamente en alguno de los prados ya segados y cercanos al pueblo, donde hubiera a ser posible algún punto de luz cercano.
Por aquel entonces el alumbrado público era totalmente deficitario, habiendo en todo el pueblo de Nava, al igual que ocurría en el resto de los pueblos, varias bombillas situadas en los puntos más estratégicos que sólo servían como orientación, pero no como alumbrado público como lo conocemos en la actualidad. También hay que tener en cuenta que los mozos gustaban de tirarle piedras a las bombillas, diversión que provocaba la reducción de los puntos de luz, con la consiguiente disminución de la visibilidad.
Los músicos ya situados y después de haber cenado, comenzaban a tocar, y las primeras parejas empezaban a bailar. También comenzaban a bailar las mozas, formando parejas que normalmente sólo se separarían si un par de mozos las invitaban a bailar a ambas y siempre que estos fueran del agrado de ellas.
Durante el baile, los mozos que no bailaban formaban corrillos, en los que acompañados de frutos secos, o sin ellos, daban buena cuenta de los vinos de la tierra. A medida que el tiempo pasaba y el vino seguía corriendo, “la autoestima” de los mozos iba en aumento, comenzando a increparse los de unos pueblos con los de otros. Finalmente, y rara era la fiesta en la que no ocurría, llegaban las peleas en las cuales ajustaban las cuentas. Gracias a que antiguamente en todas las fiestas estaba presente la pareja de la guardia civil, se podía finalmente imponer un cierto orden. En algunos casos, dependiendo de la gravedad de los actos realizados por los implicados, tenían estos que trasladarse al día siguiente al cuartel de la guardia civil situado en Gusendos de los oteros para que les tomaran declaración, y les dieran su correspondiente reprimenda.
Con peleas o sin ellas, el baile seguía su curso normal. Desde que había comenzado allá por las nueve de la tarde-noche, prácticamente con luz solar, ésta había ido desapareciendo, sustituyéndola una tenue luz proveniente de los carburos de los puestos de melones y sandias, de cerveza o de frutos secos, una o dos bombillas que se habían instalado para los músicos y de algún punto de luz cercano. Es decir, el baile se desarrollaba prácticamente en penumbra. Después de disfrutar del baile y de la fiesta en su conjunto hasta altas horas de la madrugada, los más resistentes comenzaban a marcharse para sus casas.
Al día siguiente, por la mañana temprano, era costumbre que los mozos acompañando a la orquesta realizaran el animado pasacalles, yendo de puerta en puerta, donde los vecinos les ofrecían pastas y aguardiente.
Más tarde, todos a misa. El segundo día de fiesta se celebraba la Misa por los difuntos, la cual al igual que las otras se celebraba en la iglesia parroquial del pueblo.
Posteriormente a la celebración de la misa, se realizaba el baile vermut, tras el cual todos a comer a sus casas con sus invitados.
A partir de aquí las actividades eran las mismas que las del día anterior, finalizando la fiesta con la verbena amenizada por la orquesta, y que duraba hasta altas horas de la madrugada.
Días de riego (Fecha texto: Enero de 2015).
Antes de la llegada del canal, la mayoría de los cultivos eran de secano, siendo pocas las tierras que disponían de un pozo para regar. Estos además, salvo raras excepciones, no tenían la suficiente cantidad de agua como para poder sembrar mucho terreno destinado a regadío.
Aún recuerdo como eran esos días de verano en los que por la mañana se llenaban con petróleo una o dos latas metálicas de 5 litros, las cuales se ataban en el portabultos de la bicicleta (normalmente una BH o una Orbea) y a continuación se emprendía el viaje desde casa hasta la ubicación de la tierra en la que se iba a regar. Lógicamente, este viaje discurría por los estrechos y escasos caminos polvorientos que atravesaban los campos en esa época. Aún recuerdo las pedaladas en la vieja bicicleta, mirando de vez en cuando hacia atrás para comprobar que las latas con el combustible estaban en perfecto estado. También recuerdo el sonido de los pájaros y demás animales del campo mezclado con el constante chirriar de algunas de las partes metálicas de la vieja bicicleta. Esa mezcla de olores característicos del campo provenientes de las flores, de los cereales, del terreno mojado cuando se pasaba cerca de una finca de regadío, de la alfalfa recién segada, de los campos de cebada o trigo ya cosechados, etc, etc, etc. También recuerdo, como no, las horas de más calor cuando el sol estaba en lo más alto, cuando más costaba dar las pedaladas en la bicicleta, cuando más largo y pesado se hacía el camino.
Afortunadamente, en nuestros pueblos las distancias no son muy largas, por lo que no se tardaba mucho tiempo en llegar al destino marcado incluso en bicicleta (o en burro como se hacía en épocas anteriores a la mía). Cuando se llegaba a la parcela que disponía de pozo, y en la que se tenía instalado el motor para regar (El muy conocido por muchos “Piva”), comenzaba el ritual de siempre:
En primer lugar se llenaba el depósito del motor con el petróleo que habíamos llevado en la bicicleta.
A continuación se comprobaba que la manguera que sacaba el agua del pozo estuviera llena de agua hasta cubrir por lo menos la zona de aspiración de la bomba, circunstancia que casi nunca ocurría, por lo que tocaba llenarla de nuevo con el agua del pozo. Para ello nos valíamos de una lata, que normalmente era una garrafa metálica de 5 o más litros, abierta en su parte superior, y a la que se le había añadido un asa de alambre o cuerda. A este asa se ataba un cordel o cuerda lo suficientemente larga como para poder coger el agua del pozo. Una vez llena de agua la parte necesaria, se colocaba la manguera de salida que llevaría el agua hasta la “regadera” que básicamente era un surco más o menos ancho y profundo desde el que se distribuía el agua hasta las zonas a regar.
Por último llegaba la que a veces era la parte más difícil; arrancar el motor. Para ello, armados con un pequeño cordel, se procedía a enrollar éste a la polea que estaba unida al eje del motor, para a continuación tirar fuerte y esperar que el motor arrancara. Bueno, no es tan sencillo, hay algunos pasos más a realizar, como abrir la válvula de paso del combustible, echar gasolina en el carburador, etc. Después de realizar todas las operaciones necesarias, si arrancaba al primer intento era todo un triunfo. Lo malo era cuando la operación se repetía y repetía sin ningún resultado hasta dejar exhausto al infeliz de turno. ¡Daban ganas de tirar el motor al pozo!, y estoy seguro de que alguna vez alguien lo hizo, aunque posteriormente se arrepintiera de ello, pues después de todo, tendría que sacarlo del fondo del pozo.
Una vez arrancado el motor, se regulaba su velocidad en el carburador para que esta no fuera lo suficientemente elevada como para que agotara antes de tiempo el agua disponible en el pozo. De esta forma, y con la velocidad adecuada, se pretendía que la cantidad de entrada de agua en pozo proveniente del subsuelo fuese igual a la que se sacaba.
La disponibilidad de agua en el subsuelo dependía mucho de la cantidad de agua recibida en forma de lluvia a lo largo del otoño, invierno y principio de primavera.
Una vez en funcionamiento todo y dependiendo de las tareas pendientes de cada persona, ésta volvía al pueblo a seguir con sus labores, eso sí, sin olvidarse que tendría que volver no mucho tiempo después a llenar de nuevo el depósito del motor y a cambiar la zona a regar.
De vuelta a casa se traían atadas en el portabultos de la bicicleta las latas de combustible vacías para llevarlas llenas de nuevo cuando se volviera.